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Para siempre entre Nosotros, Genio




Hace 60 años..., "Botón de Ancla", hoy una despedida.

Botón de ancla, botón de ancla, todos unidos, unidos todos.



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«Divagaciones académicas», el último artículo que publicó Fernán-Gómez en LA RAZÓN en 2005


«Mi cuerpo no ha querido»


Fernando FERNÁN-GÓMEZ


Un comentarista, al referirse a mis trabajos como director de cine, opinó que mi estilo era demasiado académico. Si yo soy partidario de las academias (por lo menos de éstas, las de aquí, las que conozco) aquello debí considerarlo como un elogio. Han pasado ya muchos años y no recuerdo que al leer el comentario me pusiera a dar saltos de alegría, pues era fácil percibir el matiz negativo, pero recuerdo que no me molestó demasiado. «¿Qué hacen ustedes allí? » En esta pregunta, que oímos con mucha frecuencia, «ustedes » son (o somos) los académicos, «allí » es la RAE (Real Academia Española) o, más concretamente, su sede en la calle de Felipe IV, y la persona interrogadora suele ser una amable señora o señorita de la buena sociedad. La frecuencia de esta pregunta está justificada, porque hay algunos detalles, matices, costumbres, que hacen de la RAE algo, sin llegar a misterioso o sospechoso, desconocido por muchísimas personas. Personas que son las primeras sorprendidas por no saber de una manera concreta en qué consiste tal institución. ¿O no es una institución? ¿Qué es?, se preguntan.
Podemos utilizar esta divagación, o serie de divagaciones, elucubraciones, para procurar una respuesta. Naveguemos por el diccionario. 1.Institución: Establecimiento o fundación de algo. 2.Cosa establecida o fundada. 3.Organismo que desempeña una función de interés público, especialmente benéfico o docente. Parece que esta última acepción se ajusta a lo que, desde fuera, se supone que es la RAE. Aunque las suposiciones son variadísimas. Por ejemplo: Miguel Mihura pidió a los actores de una de sus obras, «Maribel y la extraña familia », que procuraran resultar menos graciosos en escena, porque estaba a punto de ingresar en la Real Academia, y quizá no ingresara si algunos académicos iban al teatro, a ver dicha obra, y descubrían que era un autor cómico. A mí no me sorprendió demasiado la pregunta « ¿qué hacen ustedes allí? » las primeras veces que la oí, porque recordé que cuando acepté que unos amigos presentaran mi candidatura, me quedé pensando: «Y si me eligen ¿qué tendré que hacer allí? » Me asaltó el temor a que al ingresar en la Academia aflorase mi antigua timidez. Efectivamente, afloró. Muñoz Molina, entonces el académico más joven, me ayudó a superarla, cuando yo no me atrevía ni a entrar en el misterioso edificio. Emma, mi mujer, me había acompañado hasta allí. A entrar, me ayudó Muñoz Molina. Él, además, me proporcionó un lugar excelente para asistir a los plenos, frente al director, Víctor García de la Concha, y al lado de Valentín García Yebra, sabio entre los sabios, que desde entonces es mi compañero de pupitre. Tras mis primeras asistencias a la Academia sentí que aquel ambiente me recordaba de una manera vaga el colegio y con más precisión mis dos años de Universidad. ¿No sería aquello un sentimiento mío, exclusivo, sino colectivo? Puedo reclamar la exclusiva: a ningún académico le he oído decir que la Academia le recuerde al colegio ni a la Universidad. ¿Puede recordar un asilo de ancianos? Todo lo contrario. He intervenido en tres películas cuya acción tenía lugar en asilos de ancianos o residencias de la tercera edad, que no se rodaron en decorados, sino en dichos establecimientos, y puedo asegurar que esa especie de velo de tristeza que envuelve esos lugares de ninguna manera se percibe en la Academia. Al recién llegado -a mí, cuando lo fui- le sorprende la juventud de algunos académicos, muy pocos, por contraste con la mayoría. También, por la misma razón, puede sorprender la senectud de otros pocos. Ahora yo estoy entre los más viejos por mis muchos años, y entre los más jóvenes por mis escasos saberes. Han pasado cuatro años desde que unos amigos creyeron que en cuanto a limpiar, fijar y dar esplendor al idioma, algo podía hacer yo en la parcela referente al teatro, el cine y la televisión, y los miembros de la Academia tuvieron la generosidad de acogerme.
Desde entonces hasta ahora he participado en varias comisiones cuya labor consiste en corregir y actualizar algunas entradas de las que componen el diccionario, he disfrutado de los tentempiés, refrigerios, piscolabis o refacciones de la «sala de pastas» y he asistido a algunos plenos de los jueves. Con esto considero satisfecha mi curiosidad respecto a «¿qué tendré que hacer allí? Desde mis primeras asistencias la Academia ha sido para mí un colegio. Un colegio con treinta y tantos profesores y un solo alumno. Ese sueño recurrente en el que soy el único alumno mayor de edad en un aula de adolescentes casi se ha hecho realidad. Pero... Yo no soy mi cuerpo. Lo sé desde hace muchos años. Desde que, chico de la calle, quería jugar muy bien al fútbol para que Asensio, nuestro capitán, me pusiera en el equipo cuando jugáramos contra los de Álvarez de Castro arriba, y para que me pusieran también en el equipo del colegio. Pero mi cuerpo se negaba. Como se negaba a bailar cuando, años más adelante, bailar era necesario para ligar con las chicas. Y como se niega ahora - sobre todo mi pierna derecha- a moverse con desenvoltura en edificio de Felipe IV, el de la RAE. Para subir la escalera de entrada cuento con la ayuda de Emma. La subo escalón a escalón, como homenaje a mi lejanísima infancia. Y luego, las distancias desde el ascensor hasta el interior de la biblioteca, de la biblioteca a la «sala de pastas », se me hacen interminables. Las recorro agarrándome a los muebles, apoyándome en las paredes. Siento vergüenza. Me he dado unas vacaciones. Mejor dicho: he dado unas vacaciones a mi cuerpo, a mi pierna derecha, por ver si se reponía, por ver si mi cuerpo hacía las paces con mi voluntad. Mi cuerpo no ha querido. Hasta ahora no ha querido. No le importa que para mí estar en la Academia, vivir la Academia, sentarme junto a mi compañero de pupitre sea la mayor alegría de mi vida profesional, mi mayor triunfo. A Moliére le pidieron que abandonara el oficio de actor como condición para ingresar en la Academia. A mí no se me impuso tal condición. Es una de las circunstancias que me diferencian de Moliére.

Referencia del Consejo de Ministros

Viernes, 23 de noviembre de 2007

SUMARIO

Condecoraciones

Ministerio de Educación y Ciencia

REAL DECRETO por el que se concede, a título póstumo, la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio a D. FERNANDO FERNÁN GÓMEZ.

04-dic-2007 23:43

http://www.fspugtalmeria.org/public/
contents/postal/archivos/
20071204124211propuesta_UGT_sobre_Rurales.pdf

http://www.fspugtalmeria.org/
index.php?page=contents/
archivo.php&filename=20071204124111propuesta_UGT_sobre_Reparto.pdf&sctor=postal&dir=workdirs/Inicio&t=2

http://www.fspugtalmeria.org/public/
contents/postal/archivos/
20071204124005propuesta_UGT_sobre_Pabellones.pdf

http://www.fspugtalmeria.org/public/
contents/postal/archivos/
20071204123906propuesta_UGT_sobre_Oficinas.pdf


el comunicado conjunto del anterior post saldra mañana..

un abrazo pepe.

Msg en [CIBELES y ALREDEDORES] Nuevo comentario en EL UNIVERSAL.

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