PostOffice Charles Buckowski (I)
Reconozco que como todos crecí influenciado por múltiples escritores (otros por locutores de radio, presentadores de tele, futbolistas, artistas, etc.), clásicos, no tan clásicos y actuales...
Ahora Internet /de banda ancha/ me da la oportunidad de examinar y hacer análisis que antes quedaban sueltos por las dendritas de las neuronas, dispuestos a salir ahora, en quince años o quizás nunca...
Pues me encuentro frente a frente con el Gran Buckowski -ese otro gran maldito denominación de origen USA-, si Hans Chinaski, ese maldito cartero y me veo en él, y me sirve observando la USPostal de los 70 para ver mi trayectoria en Correos y Telégrafos de España, supongo que lo mismo le sucederá a otros lectores.
Es cierto que Fédor Dostoievski tb. se acercó al tema en La Administración de correos, pero con la cotidianedad e igualdad de esquemas ni las series humorísticas inglesas de pat el cartero, ni la chanza chilena, ni la tira cómica nortemanericana...
En esto buckowski se sale, hay veces que me siento en su carne...
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Fragmentos de Post Office (I) 4.112
Charles Buckowski
"Conocimiento del medio, desengaño y escrito a la J efatura"
Empezó por una equivocación.
Estábamos en navidades y me enteré por el borracho que vivía calle arriba, y que lo
hacía todos los años, que contrataban a cualquiera que se presentase, así que fui y
lo siguiente que supe fue que tenía una saca de cuero a mis espaldas y que me
dedicaba a pasear a mis anchas. Vaya un trabajo, pensé. ¡Tirado! Sólo te daban
una manzana o dos y si te las arreglabas para terminar, el cartero regular te
asignaba otra manzana para repartir el correo, o también podías volver y el jefe te
mandaba a otra parte, pero lo mejor que podías hacer era tomarte tu tiempo y
meter relajadamente las tarjetas de Navidad en los buzones.
Pero no podía dejar de pensar: «Caramba, todo lo que hacen estos carteros es
dejar unas cuantas cartas en el buzón y echar polvos. Este es un trabajo para mí,
oh sí sí sí.»
Así que hice el examen, lo aprobé, pasé luego las, pruebas físicas y allí estaba, de
cartero suplente. Empezó fácil. Me enviaron a la estafeta de West Avon y fue igual
que durante las navidades, a excepción de que no ligué nada. Todos los días.
esperaba acabar acostándome con alguna tipa, pero nada. Pero el curro era fácil y
lo único que hacía era recorrer alguna manzana que otra repartiendo cartas. Ni
siquiera llevaba uniforme, sólo una gorra. Iba con mi ropa habitual.
Entonces me trasladaron a la estafeta de Oakford.
El jefe era un tío con cabeza de buey llamado Jonstone.
Necesitaban auxiliares y comprendí por qué. A Jonstone le gustaba llevar camisas
de color rojo oscuro, lo que significaba peligro y sangre. Había 7 auxiliares: Tom
Moto, Nick Pelligrini, Herman Stratford, Rosey Anderson, Bobby Hansen, Harold
Wiley y yo, Henry Chinasky. Había que entrar a las 5 de la mañana y el único
borracho era yo. Siempre bebía hasta pasada la medianoche, y allí nos
sentábamos, a las 5 de la mañana, esperando a que pasaran las horas, esperando
a que alguno de los carteros regulares llamara diciendo que estaba enfermo. Los
regulares normalmente llamaban diciendo que estaban enfermos los días de lluvia,
o durante una ola de calor, o después de un día de fiesta cuando el volumen del
correo era doble.
Empezábamos con media hora de retraso, pero se suponía que aun así había que
ordenar y distribuir el correo a su tiempo y estar de vuelta a la hora prevista. Y una
o dos veces por semana, ya bien rotos, apaleados y jodidos, teníamos los repartos
nocturnos, cuyo horario era imposible, la furgoneta no podía ir tan deprisa. En la
primera ronda tenías que repartir cuatro o cinco* cajas y cuando volvías ya estaban
de nuevo desbordantes de correo y tú apestabas, bañado en sudor, metiéndolo
todo en las sacas. No echaba polvos, pero acababa hecho polvo.
Eran los mismos auxiliares los que hacían posible a Jonstone, al obedecer sus
órdenes imposibles. Yo no podía comprender cómo a un hombre de tan obvia
crueldad se le podía permitir ocupar ese puesto. A los regulares no les importaba
un carajo, el enlace sindical no servía, así que rellené un informe de treinta páginas
en uno de mis días libres, le envié una copia a Jonstone y la otra la entregué en el
Edificio Federal. El empleado me dijo que esperara. Esperé y esperé y esperé.
Esperé una hora y media y entonces me llevaron a ver a un hombrecito con el pelo
gris con ojos de ceniza de cigarrillo. Ni siquiera me pidió que me sentara. Empezó a
gritarme nada más cruzar la puerta.
-¿Eres un listillo hijo de puta, no?
-¡Preferiría que no me insultara, señor!
-Listillo hijo de puta, eres uno de esos hijos de puta con mucho vocabulario que te
gusta dar lecciones.
Me agitó mis papeles delante de las narices y gritó:
-¡EL SEÑOR JONSTONE ES UN BUEN HOMBRE!
-No sea absurdo. Obviamente es un sádico -dije yo.
-¿Cuánto tiempo lleva usted en Correos?
-3 semanas.
-¡EL SEÑOR JONSTONE LLEVA EN EL SERVICIO DE CORREOS 30 AÑOS!
-¿Y eso qué tiene que ver?
-¡He dicho que EL SEÑOR, JONSTONE ES UN BUEN HOMBRE!
Creo que el pobre tipo estaba realmente deseando matarme. El y Jonstone debían
haberse acostado juntos.
-Está bien -dije-, Jonstone es un buen hombre. Olvídese de todo el jodido asunto.
Luego salí y me tomé el resto del día libre. Sin paga, por supuesto.
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En estos párrafos se da cuenta que Correos no es jauja -lo cuál pensaba desde fuera antes de entrar a buscarse la vida-, comprobó que los contratados se mataban creyéndose hacer méritos con los jefes -auténticos h.p. la gran mayoría de las veces- y que mandar escritos a los cuadros medios de la Dirección nunca serviría absolutamente de nada.
Es más serviría para que entrases en la Lista Negra.
Seguiremos sacándole punta a "el cartero" -PostOffice- de Charles Buckowski.